Lujuria y Castidad – Thabiti Anyabwile

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Por Thabiti Anyabwile

A menudo pensamos que “nuestra época” difiere significativamente de las épocas anteriores. Tendemos a pensar que nuestra época presenta problemas más peligrosos y difíciles, requiriendo soluciones más complejas y sofisticadas, de personas más sabias y más nobles, a saber, nosotros mismos. Alguien ha llamado a esta actitud “esnobismo cronológico”.

Pero una cosa pone la mentira a este auto-engaño –la existencia continua y la destrucción de la lujuria.

Los primeros cristianos sabiamente incluyeron la lujuria dentro de los pecados más mortales. Porque la lujuria es la impregnada madre de todas las formas de pecado. Santiago explicó que “cada uno es tentado cuando es llevado y seducido por su propia pasión. Después, cuando la pasión ha concebido, da a luz el pecado; y cuando el pecado es consumado, engendra la muerte” (Santiago 1:14-15).

Desde la primera mordida robada al fruto prohibido a la mirada codiciosa de los compradores de ventana del centro comercial, la lujuria a ido a través de los corazones de los hombres como el veneno más tóxico.

La lujuria implica cualquier deseo fuerte, ansia, o anhelo que se opone a la santa voluntad y mandamiento de Dios. La lujuria pervierte, tuerce, y contamina todo lo que es bueno y hermoso, y esto es particularmente cierto con la lujuria sexual o carnal.

Por ejemplo, algunas personas hoy tratan de vender la homosexualidad como una “orientación” igual en virtud a la heterosexualidad. Apelan al “amor” compartido entre dos personas del mismo sexo, y sobre esa base, sostienen que igualdad y aceptación pública deben ser garantizadas. Para algunos, estas pasiones sexuales son tan fuertes que parecen innatas. Por otra parte, se nos dice que los deseos homosexuales son privados, inofensivos a los demás, y más allá de la censura de la sociedad.

Pero si eso es verdad, ¿qué debemos pensar de un pasaje como Romanos 1:26-27? La Biblia define los deseos homosexuales como “contra la naturaleza”, no como una orientación alternativa igual. La homosexualidad es una “pasión degradante” que “enciende” hombres y mujeres, guiando a hechos vergonzosos. La fuerte atracción emocional de la lujuria y los afectos compartidos entre personas en una relación homosexual –como quiera que sean llamados estos afectos– no pueden ser llamados propiamente “amor”. Después de todo, el amor “no se regocija de la injusticia” (1 Co. 13:6), y la homosexualidad es injusticia. Por otra parte, la destrucción de Sodoma y Gomorra por lo que hoy serían llamadas decisiones “privadas” indica que la lujuria es un problema social serio.

Y aquí está el último problema con la lujuria: Aquellos llenos de lujuria “reciben en sí mismos el castigo correspondiente a su extravío” (Ro. 1:27) y enfrentarán al Señor como “el vengador en todas estas cosas” (1 Ts. 4:6). Dios mantiene “a los injustos bajo castigo para el día del juicio, especialmente a los que andan tras la carne en sus deseos corrompidos y desprecian la autoridad” (2 Pedro 2:9-10). La lujuria ciega a los hombres al hecho de que horrenda cosa es caer en las manos de un Dios santo.

¿Cuál es el antídoto para este vicio tendedor de trampas, destructor del alma? Es la cultivación de la castidad. Cultivar la castidad comienza con el conocimiento de Dios y Su voluntad. El apóstol Pablo captura bien esta relación. “Porque esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación; es decir, que os abstengáis de inmoralidad sexual; que cada uno de vosotros sepa cómo poseer su propio vaso en santificación y honor, no en pasión de concupiscencia, como los gentiles que no conocen a Dios” (1 Ts. 4:3-5). Los no creyentes Gentiles se dedican a la lujuria porque no conocen a Dios. Pero aquellos que conocen a Dios y Su voluntad persiguen la pureza moral y sexual. ¿Y cómo puede ser de otra manera ya que Dios es luz y en Él no hay tiniebla alguna (1 Juan 1:5)?

Por otra parte, este conocimiento de Dios produce un llanto por este vicio. Considera la descripción bíblica de Lot durante los días de Sodoma y Gomorra: “ese justo… mientras vivía entre ellos, diariamente sentía su alma justa atormentada por sus hechos inicuos” (2 Pedro 2:8). La lujuria entristeció a Lot. De manera similar, el Salmista llora porque la ley de Dios había sido quebrantada en sus días (Sal. 119:136). Y los verdaderos discípulos de Cristo son los bienaventurados que lloran (Mt. 5:4). Ellos también son los puros de corazón que verán a Dios (Mt. 5:8). El camino a la castidad comienza con el llanto, pero termina en la visión beatífica de Dios mismo.

Jesucristo se dio a sí mismo para comprar personas inicuas (Tito 2:14), que son entonces hechas puras en conciencia, corazón, y alma por medio de la fe en Él (Heb. 9:13-14; Santiago 4:8). Es por esto que Pablo pudo tomar prestada la imagen de la castidad para describir la purificación continua, de parte de Cristo, a la Esposa (Ef. 5:27), al igual que su propia labor a favor de la iglesia de Corintio: “os desposé a un esposo para presentaros como virgen pura a Cristo” (2 Co. 11:2). Cuando veamos a Cristo seremos como Él –puros (1 Juan 3:2-3).

Así queda demostrada la superioridad de la castidad sobre la lujuria. La lujuria se abre camino hacia la muerte. La castidad guía a las glorias del cielo con Jesucristo y el Padre. ¿Puede haber duda alguna sobre qué camino es el mejor?

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